Entre el papado y el Catolicismo 1.

Con motivo de los primeros seis meses de presencia en sus pantallas, Semanario serbio, en este número publica el primero de tres artículos dedicados a los 950 años de larga división entre las iglesias católicas y ortodoxas.
Se trata de artículos publicados en el diario belgradense „Danas“ en su suplemento cultural el 6 de enero de 2004.

ENTRE EL PAPADO Y EL CATOLICISMO (I)
Jelena Tasić
adaptado y traducido por Aleksandar Vuksanović.

La bula papal que excomulgaba al patriarca Miguel Cerulario, dejada por el cardenal Humberto de Silva Candida el 15 de julio de 1054 en Santa Sofía de Constantinopla en nombre de Papa León IX, fallecido tres meses antes, dividió el cristianismo en occidental y oriental y supuso el inicio de la existencia de la Iglesia Romano-católica y las iglesias ortodoxas como entidades autónomas. La mayoría de los teólogos de ambas ramas está de acuerdo que este suceso ocurrido hace 950 años, conocido como Gran Escisión o Gran Cisma, fue sólo un episodio en el largo proceso de varios siglos de alejamiento entre el cristianismo occidental y oriental.

“La división de la Iglesia es un hecho histórico muy complejo donde únicamente un acercamiento tendencioso e irresponsable puede atribuir la culpabilidad a una cristiandad y exculpar completamente a la otra. Desde el punto de vista del dogma es importante no sólo cómo se dividieron las iglesias sino qué es lo que las ha dividido. Son importantes aquellas posiciones de la iglesia Romana, en primer lugar sobre sí misma (dogma de la infalibilidad papal) y también de la Fe de la Iglesia (enseñanza sobre el Espíritu Santo o sobre la fecundidad de la Virgen María) que, según los ortodoxos, es opuesta a la esencia del cristianismo”, destaca ALEKSANDAR SMEMAM, teólogo ortodoxo del siglo XX, en su libro “Camino histórico de la Ortodoxia”.

La disputa entre Roma y Constantinopla ya se hizo notar a mediados del siglo V y fue acelerada por las diferencias no sólo teológicas sino también políticas, sociales y culturales que fueron condicionadas por los dos “formas” de administración: monarquía papal en Occidente y “la unión fraternal entre los iguales” en Oriente. Las diferencias, tanto litúrgicas como pastorales, que ya se habían notado antes de la ruptura definitiva, se interpretaban de manera diferente en cada una de las cristiandades. La Iglesia Católica consideró que, desde que el Imperio se dividió en dos, el Patriarcado de Constantinopla pretendía reproducir en lo eclesiástico las prerrogativas civiles que tenía la ciudad como capital del Imperio. Luego vino lo que Roma llamó “la herejía de monofisismo”, cuyo clímax fue “el cisma de Acacio”, que durará hasta el año 518. Mayor importancia tuvo “el cisma de Focio”, un patriarca ilegítimo para Roma, que terminó con numerosas excomuniones de los principales personajes eclesiásticos y civiles de ambas Iglesias.

Después de la ruptura, todos los intentos de superar la división se vieron frustrados con la caída de Constantinopla, en la Cuarta Cruzada, en manos de los guerreros que iban a liberar Tierra Santa. El Papa Inocencio III, que se proclamó el “sustituto de Jesucristo”, había iniciado la creación del Imperio Latino, lo que los ortodoxos no le perdonaron.

Hubo que esperar hasta el siglo XX para que, lentamente, empezara la aproximación entre los católicos y los ortodoxos. El primer paso fue la aceptación del calendario gregoriano en el patriarcado de Constantinopla y en la Iglesia Ortodoxa Griega, acto rechazado por la mayor parte del mundo ortodoxo y que causó la separación de la Iglesia Griega del Viejo Calendario, división hasta ahora no superada. Esta separación en la Iglesia Griega no es el único ni el más importante ejemplo de las fisuras internas dentro de ambas Iglesias. Algunos sectores de la Iglesia Ortodoxa Rusa fueron los primeros en rechazar la reforma litúrgica en los finales del siglo XVII, creando la suya propia. Que las divisiones no son especialidad de “los bizantinos” nos lo demuestra la Iglesia Católica que, por su parte, en el paso de los siglos XIV al XV, vivió una situación que, si no fuera nefasta, podríamos llamar cómica. Durante casi 40 años llegaron a tener dos y hasta tres pretendientes al titulo papal a la vez.

Volviendo a los intentos de reconciliación en el siglo XX, después de la aceptación del calendario gregoriano por parte de Atenas y Constantinopla, cabe destacar el levantamiento mutuo de excomuniones entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras en 1965. Fue un acto con mucho peso simbólico, pero que no pudo satisfacer las expectativas que creó, ya que el resultado concreto fue prácticamente nulo. Desde el mundo ortodoxo llegaron las advertencias de que “levantar el anatema sin eliminar la causa que lo provocó significa anatematizarse a sí mismo”. Las iglesias ortodoxas todavía no tienen formulada una postura común sobre este gesto de buena fe del Patriarca Atenágoras o sobre las futuras relaciones con el Vaticano. La cristiandad ortodoxa lleva casi cuatro décadas dividida entre los partidarios del diálogo con el Vaticano, quienes creen que el tercer milenio podría ser el de la unidad cristiana recuperada del primer milenio, y los teólogos ortodoxos, que consideran que “la unión no es posible sin el retorno de Roma a los valores fundamentales del cristianismo” y que tampoco aceptan “el ecumenismo político”.

La postura de los católicos parece bastante más clara y, al menos declarativamente, unánime. No olvidando las diferencias, el Vaticano acusa de incomprensibles a los opositores del acercamiento, considerando la división como “un escándalo para el mundo que obstaculiza la misión del cristianismo”.

El tiempo dirá qué rumbo tomarán los acontecimientos pero no podemos ignorar su dimensión política. Tras el derrumbe de comunismo, la Iglesia Católica y mundo ortodoxo iniciaron el acercamiento. Últimamente, las relaciones con la Iglesia Ortodoxa Serbia se han visto acentuadas y respaldadas por el mismo Papa. Asimismo, este acercamiento podría trazar el camino hacia el país ortodoxo más importante, al menos demográficamente, que, por su parte, nunca renunció su pretensión de cumplir el viejo dicho: “Dos Romas hubo, la tercera será Moscú”.

Massimo Cacciari, filósofo y ex alcalde de Venecia